Era 2016 y estábamos estudiando en Seúl. Desde que supimos que teníamos una semana de break debido al año nuevo lunar (mundialmente eclipsado por lo que conocemos como año nuevo chino, pero que en Corea se celebra en onda familiar y con harta menos parafernalia), comenzamos a pensar distintos destinos de viaje, unos más descabellados que otros. Siberia, Tokio, Jeju island (una isla coreana), pero Filipinas fue ganando fuerza, por distintas recomendaciones. Que era la época ideal, que era barato, que los paisajes son incomparables. Pero obviamente dejamos todo para última hora, nos pilló la última semana con los «midterms» -distintas evaluaciones de mitad de bimestre- y cuando yo me había dado por vencida y me resignaba a pasar la semana de vacaciones recorriendo Seúl en estado de semi congelamiento, el jueves a las 6 pm mis compañeros me dicen:
– Compramos pasajes a Filipinas, nos vamos mañana a las 8 am, vamos saliendo a comprar dólares, te unes?
Mi reacción instintiva fue:
– Mañana? Ni cagando.
(Yo y mi espíritu de aventura)
Y como cada tarde, mientras hacía mi freelanceo para Chile, me quedé rumiando las opciones y abrí ventanitas por acá y por allá mirando pasajes y destinos. Me voy a Boracay y me quedo solo allá, pensé … pero toda opción de alojamiento aparecía llena. Mis compañeros me dijeron que luego irían a Puerto Princesa, allá si había alojamiento, pero era sólo la etapa intermedia porque el destino final sería El Nido. Allá tampoco había alojamiento disponible por internet, pero una aventura es una aventura, y el googleo me había tentado con playas celestes, arenas blancas y palmeras por doquier. Así que hice de tripas corazón, las convertí en una extraña generosidad conmigo misma, y compré pasaje para el día lunes (Igual quería ver algo de Seúl en onda año nuevo lunar y descansar un poco). Destino: Puerto Princesa. El pasaje no era una ganga pero tampoco terrible, y me dije a mí misma «Misma, cuándo más tendrás esta oportunidad, si no vas, te arrepentirás».
Puerto Princesa
Luego de una mini escala por Manila, llegué a Puerto Princesa el lunes a las 17 hrs. Cuando venía en el avión, Filipinas me dio la impresión de una multitud de trozos de alfombra verde dispersos en el mar. Ante la inmensidad de la naturaleza, desde arriba las playas apenas se distinguían. La aproximación del avión al pequeño aeropuerto me recordó las historias sobre Juan Fernández: el avión llegó, pasó la isla (Palawan se llama la isla donde está Puerto Princesa), luego se devolvió y enfiló a la pista, pegando un rápido frenazo para alcanzar a detenerse en el espacio reducido.
Bajé del avión a la losa, entré al aeropuerto … y salí a Puerto Princesa casi instantáneamente (era un mini aeropuerto, cero controles). Ahí me esperaban los chicos que habían llegado un par de horas antes. Fuera del aeropuerto había un par de oficinas de turismo y aprovechamos de contratar al tiro las actividades: esa noche alojaríamos en Puerto Princesa, para ir al día siguiente al río subterráneo que quedaba cerca, y desde ese tour nos llevarían a El Nido, en un extremo de la isla. El Nido tiene 4 tours «típicos», con nombres muy originales como A, B, C y D. Compramos el A para el miércoles, el C para el jueves, y el viernes lo tendríamos libre. El sábado comenzaba el regreso.
Esa noche en Puerto Princesa fuimos a un «Tiki» bar, ornamentación playera con mesas de pool y música en vivo. A los filipinos les gusta mucho cantar y aman las baladas gringas ochenteras y canción pop romántica actual. También vimos como un grupo de filipinas se engrupía ávidamente a un joven gringo turista. Nos fuimos antes de saber cómo terminaría la historia.

Río subterráneo
Tempranito en pie para que nos pasara a buscar la van. Lamentablemente fuimos los primeros, y nos tocó hacer el resto del recorrido recogiendo pasajeros y hasta comprándoles desayuno en un drive in de McDonald’s. Fuimos hasta Sabang, un pequeño puerto desde donde partían los barquitos que te llevaban a otra playa desde la que se podía acceder al río. El guía nos intentó convencer de comprar otras actividades para la espera, ya que había estado cerrado el acceso al lugar por mal tiempo por dos días y habría muchos grupos queriendo ir. Nadie quiso, porque yo creo que en el fondo todos creímos que nos estaba «engrupiendo» y que no sería tan larga la espera.
Craso error.
Llegamos como a las 11 am. Había muchos turistas y áreas de espera a la sombra y con sillas plásticas. Nos fuimos a caminar, a ver los kioskitos de comercio local, que vendían «shakes» de frutas (el mango y el coco creo que deben ser las frutas oficiales de Filipinas), plátanos fritos, papa dulce frita y unos como turrones de plátano (algo así como panqueques rellenos de plátano y confitados por fuera). Después a mirar el paisaje, tomarse fotos, etc.

Después de mucha espera, nos llamaron … a almorzar. Una especie de buffet, que incluía el que sería el plato típico filipino: cerdo asado a cuadritos con un adobo de soya, limón y verduras. Y la ensalada típica: pepino, cebolla morada, tomate, vinagre. Además de arroz en abundancia, noodles con verduras, pollito, etc. Pese a ser buffet, tenía un «no leftover policy», donde te cobraban 200 pesos filipinos (US$4 aprox) si dejabas comida en el plato, instándote a sacar sólo lo que realmente ibas a comer (algo que me hizo mucho sentido, porque pucha que se ve pobreza).
Almorzamos y seguimos esperando. Y esperando. Creo que finalmente nuestro turno de subir a un barquito llegó como a las 3 de la tarde (y en la agencia nos habían dicho que estaríamos desocupados máximo a las 4 … mi freelanceo me mantiene siempre con una pata en la civilización). Así que partimos al Underground River, que es un parque nacional muy protegido por las autoridades (y además Patrimonio de la Humanidad UNESCO), al que se accede desde esta fea playa (estándar filipino).

Allí adivinen qué … esperar de nuevo a otro barquito que te lleva a recorrer la parte navegable del río subterráneo. Para proteger el ecosistema de ese río subterráneo y la caverna que lo acoge, te entregan un audiotour y audífonos para mantener el silencio (está lleno de murcielaguitos) y no puedes tocar las rocas. Es 1,5 km de río navegable entre cavernas naturales que unen estalactitas y estalagmitas de miles de años.

Valía la pena el recorrido, unas formaciones impresionantes. Llevar la cámara en funda para el agua y tomar fotos con flash era medio incompatible eso sí, así que no tengo buenas fotos de eso. Vuelta a Sabang para esperar el transporte que nos dejaría en un pueblo a medio camino, donde nos recogería otro transporte para ir a El Nido. Terminé freelanceando colgada de una wi fi misteriosa en el paradero de ese pueblo a medio camino y luego con la internet más lenta del mundo en un restaurant de carretera.
El Nido
Eran más o menos 5 horas de camino, en una van llena, con sacos de papas bajo el asiento y cero espacio para nada. La «carretera» era un simple camino doble vía, y el chofer un discípulo de Toretto que le bocineaba a cada moto, persona o animal que osaba interponerse en su rápido y furioso camino. Vi pasar mi vida ante mis ojos unas 3 veces.
Llegamos a El Nido tipo 1 am. No teníamos alojamiento, porque todo lo que aparecía en internet estaba copado. Pero uno siempre dice «allá debe haber». Así que tomamos un triciclo (tuk tuk) -el transporte oficial filipino, motos con una carrocería modificada encima que les permite llevar hasta 4 pasajeros- y le pedimos que nos llevara al centro para ir preguntando por alojamientos.
Recorrimos el pueblo de punta a cabo. Preguntamos en al menos 15 lugares -todos los que vimos. Siempre la misma respuesta: «fully booked». Todo copado. Cuando ya nos estábamos haciendo la idea de ir a dormir a la playa, y nuestro chofer de triciclo agotaba sus cartuchos preguntando en una esquina, pasa un loco de rastas en una moto y pregunta si estamos buscando alojamiento. Le dijimos que sí, y dijo «Yo tengo». Y nos hizo seguirlo.
El loco de rastas era Rick, dueño del Bamboo Billabong, hostel que había abierto el día anterior, cerquita del centro. El lugar efectivamente era de bamboo, muy espíritu alojamiento mochilero, y nos salvó la vida con conversa, cerveza e internet para mi accidentado freelanceo. Su novia filipina (cuyo nombre no recuerdo) administraba el lugar y nos ayudó a llamar a la agencia de los tours para avisar donde estábamos y que nos recogieran al otro día. Esas literas de madera con mosquitero y el baño de estanque (dudo que haya alcantarillado, sólo se echaba agua encima desde un estanque contiguo) me parecieron el mejor hotel.
Tour A: Lagunas y playas
Nos fueron a buscar a pie al hostel, para llevarnos a la playa. Nadie nos había dado ninguna indicación, así que la sorpresa fue encontrarse a toda la gente en traje de baño directamente. Había que meter medio cuerpo al agua para llegar al bote. Me cambié ropa en el cuarto de herramientas de un local de buceo de la playa, nos pasaron una bolsa de basura para proteger nuestras cosas del agua, bolsa al hombro y al bote.
El tour A se trata principalmente de lagunas y playas. Partiendo por la «Secret Lagoon», a la que accedes a través de una pequeña cueva en la playa, para encontrarte en un gran espacio de agua cristalina rodeado de acantilados rocosos y con vegetación. La segunda sorpresa: ven esa cueva que está ahí? Naden, fue la indicación. Si bien llevé mi cámara con funda para el agua, era para protegerla y no para sumergirla. Les dejo esta foto de la llegada.

Luego, Shimizu Island, una isla con una playa pequeñita, donde había roqueríos para hacer snorkeling (las rocas no son amigas de los pies sin zapatos para buceo), donde nos darían el almuerzo, que ya venía asándose en una parrillita en el bote.


Disculpen lo poco.
Después, Small Lagoon y Big Lagoon, la misma rutina … ven esa cuevita ahí? Naden!
Al final, una larga y necesaria parada en una playa donde al fin no había que nadar. Seven Commandos (en honor a unos soldados japoneses que se salvaron en esta isla leí por ahí).

Habiendo nadado más que Aquaman ansioso, terminamos exhaustos el día del tour A.
Tour C: Playas ocultas y acantilados majestuosos
Con traslados harto más largos que el día anterior, partimos por la Helicopter island (porque alguien alguna vez viéndola de lejos encontró que se parecía a un helicóptero). Playa laaarga, mucha vegetación, rocas para snorkeling (ni el snorkel ni las rocas son mis amigos).

Luego, otra Secret algo, nuevamente nadar hacia una cuevita y encontrarse con una laguna, esta vez era una más bien pequeña y cerrada, rodeada de acantilados muy altos. Después de eso, Matinloc Island, donde había una casa/mansión/edificio abandonado y un tremendo altar a la virgen. Desde unos roqueríos en altura, además se tenía una vista impresionante. De los lugares más lindos del viaje.


Luego tuvimos una nueva parada estilo «ven eso que está allá? naden», donde había una laguna muy larga y estrecha que se unía con el mar a través de una mini playa. Luego una nueva Hidden Beach. A esas alturas acantilados impresionantes, aguas cristalinas, arena blanca y palmeras son como el desde. Uno quería no nadar mucho, que no hubiera rocas filosas ni medusas. Poniéndose exigente al tiro!
Sin embargo, de vuelta de esa Hidden Beach, en el largo nado al bote, las medusas (aquí la variedad eran como pequeños gusanos hechos de pelotitas) decidieron que era su nuevo alimento favorito. El día anterior había sentido algunos pinchazos, que me habían dejado algo de ardor y generaron ronchas al día siguiente. Aquí tuve unos pinchazos que me hicieron pegar un par de gritos y generaron reacciones inmediatas.

(Hoy conservo muchos y poco atractivos recuerdos del paso de las medusas por mi piel, parece que hubiera sido atacada por un ejército de bicharracos).
La última parada fue sólo una detención de media hora para snorkeling, y yo ya no tenía muchas ganas de meterme al agua en realidad, así que me dediqué a probar la funda de la cámara desde la escalera del bote.


Y volvimos a El Nido un poco menos cansados que el día anterior, pero harto más picoteados.
Las Cabañas
El último día menos mal que era libre porque 2 de 3 pasamos la mitad del día «fuera de servicio». Aún no sabemos qué fue, pero incluía asco, dolor de guata, escalofríos y toda esa familia de síntomas. Me arrastré obligándome a no perder el día y fuimos a conocer una playa recomendada que quedaba como a 10 minutos de El Nido. Se llama Las cabañas y sí, valía la pena. Había canopy desde arriba al risco que se ve en el agua, pero temí no resistirlo. Será para la próxima!


Y eso fue mi visita a Filipinas!
Bonus tracks:
– No sé por qué a los filipinos les gusta tanto el basquetbol, siendo que son chiquititos y menudos en general. En todos lados vi canchas, y las camisetas de distintos equipos y jugadores eran el atuendo juvenil favorito y se veían en todaslas tiendas.
– Uno de los mejores inventos filipinos es el jugo «four seasons»: mango, piña, guava (o esas papayas estilo brasileño) y naranja.
– El segundo mejor es el Sisig, o Sizzling -carne favorita- Sisig, un plato de carne trozada (cerdo en general, pero vi hasta de tofu) con aliños servida en una plancha caliente, donde quiebran un huevo y lo revuelven enfrente tuyo.
– Escuchar hablar filipino es igual que escuchar hablar Minion. Cuando decían papaya o banana, me reía sola.
– Estuvimos en un bar reggae, a orillas de la playa, con música en vivo donde no había una sola brisa de olor a marihuana. Según leí, a la primera que te pillan fumando te mandan a rehab 6 meses. A la segunda, 6 a 12 años de cárcel. A la tercera, cadena perpetua o pena de muerte. Chan.
La palabra filipina que aprendí: Salamat Po. O sea, terminar con un «Muchas gracias!».